Diario de un loco de Nikolái Gógol. Con introducción. [Audiolibro completo- Teatro hablado]



«Diario de un loco» es una obra de Nikolái Gógol (1809-1852) en forma de monólogo. Ha sido llevada al teatro en distintas …

Descripción Sobre Diario de un loco de Nikolái Gógol. Con introducción. [Audiolibro completo- Teatro hablado] Diario de un loco es un cuento del escritor ruso Nikolái Gógol en forma de monólogo que relata la historia de un burócrata que escribe en su diario lo que le sucede y en el que se va relatando poco a poco su descenso hacia la locura. Aunque cuando lo escribió,

Su autor estaba en pleno uso de sus facultades, lo cierto es que el propio Nikolái Gógol terminó perdiendo el juicio al final de sus días. Bueno, hay que decir que él se llamaba Nikolái Vasílievich Gógol y que nace en un sitio muy pequeño en Ucrania que se llama

Sorochinez. Desciende Nikolái Gógol de una familia de cosacos ucranianos, sin embargo, pues el padre trabajaba en correos, era pues un funcionario. Y es importante la figura del padre porque era escritor. No tuvo un gran alcance no era un gran gran escritor pero tenía comedias cortas, sátiras, relatos humorísticos y esto pues lógicamente influye

En su hijo en Nikolái Gógol. Su madre veréis que tiene mucha importancia porque era una persona que estaba muy dada al misticismo religioso y de ella pues Gógol lo hereda. Sí es importante que a los 16 muere el padre y se quedan pues muy mal económicamente porque

Nikolái Gógol tiene que aconsejar a su madre cómo llevar adelante la economía, le aconseja en ciertas inversiones. Fijaros que la familia aran doce hermanos y se mueren siete. Termina de estudiar y se va San Petersburgo. Sí es importante San Petesburgo porque allí

Conoce Pushkin. Pushkin ya sabéis que es un escritor muy importante del romanticismo, que tiene una novela fantástica que se llama “La hija del capitán”.Os aconsejo que la leáis. Gracias a uno de esos amigos obtiene un puesto de profesor de Historia en un instituto

Patriótico para señoritas. Allí no dura mucho porque parece ser que no tenía mucha idea Historia pero bueno lo importante es que Nikolái Gógol pues se dedica a viajar, a Roma también está en Alemania, en Suiza, en París. En París recibe la noticia de

La muerte de su amigo Pushkin. Que Pushkin , por cierto, se había abatido en duelo. Le pegan un tiro en el abdomen a diez metros de distancia. Después de esta historia, de esta noticia, se pone a trabajar en la segunda parte de su novela más conocida que se llama

“Almas muertas”. Avanza con mucha lentitud porque se empieza a obsesionar con la idea de la purificación moral, de que él tiene que ser puro, tiene que ser un místico porque le empieza a entrar en la cabeza que él tiene que reformar a los demás. Y la puntilla al

Al desequilibrio mental que empieza a tener llega en 1848 cuando se va a Palestina, a Jerusalén. En Jerusalén hay un síndrome, que está bien estudiado desde el punto de vista psicológico, que se llama el Síndrome de Jerusalén, que consiste básicamente en

Que el impacto místico de la ciudad es tan grande en la persona que algunos empiezan a pensar que son Jesucristo, que son la Virgen María. Aquí Nikolái Gógol se dedica a concluir la segunda parte de “Almas Muertas”, pero él piensa es una obra indigna, que no

Tiene una altura moral suficiente y la quema. Por suerte parte de ese manuscrito se rescata y llega hasta nosotros. Y en 1852 pues Nikolái Gógol, pues muere. Si hay que decir que el prosista Gógol y el poeta Pushkin, fueron los creadores del moderno idioma literario

Ruso, es decir, dan a las letras rusas una orientación nacional. Crean una conciencia de los valores espirituales de su patria y le indican a los colegas el camino a seguir. Sin embargo veréis que a pesar de lo trastornado que pueda terminar un escritor, a veces tiene

Frases muy lúcidas y antes de meternos con el “Diario de un loco”, os dejo una de sus frases, que yo creo que es genial. Dice: “Por estúpido que sea lo que dice el necio en ocasiones es más que suficiente para confundir al hombre inteligente”. Espero que os guste su obra.

Diario de un loco Octubre 3 Hoy ha ocurrido algo extraordinario. Esta mañana me levanté bastante tarde, y cuando Mavra me trajo las botas limpias le pregunté qué hora era. Al oír que ya hacía rato que habían dado las diez me vestí deprisa y corriendo. Debo confesar que a punto estuve

De no ir al departamento, sabiendo de antemano la cara de vinagre que me pondría el jefe de mi sección. Desde hace mucho tiempo viene diciéndome: «¿Pero qué te pasa, hombre, que pareces estar siempre pensando en las musarañas? A veces corres de la ceca a la

Meca y armas tales líos que ni el mismo diablo sabe entenderlos, escribiendo los títulos con letras minúsculas en vez de mayúsculas, y sin poner fecha o número en lo alto de la página». ¡Maldito sea, el tío gruñón! Debe de tenerme envidia porque me ve sentado

En el despacho del director cortando las plumas de ave de Su Excelencia. En fin, que no habría ido al departamento de no haber sido por la ocasión que me brindaba de ver al cajero y pedirle a ese tipo un anticipo de mi sueldo. ¡Ese es otro que tal! No hay manera de sacarle

Un mes de sueldo por adelantado, ¡nada, hasta que llegue el Día del Juicio! Puede uno rogárselo hasta quedarse ronco, pero ni por esas; ese diablo entrecano no consentirá, aun si uno está muriéndose de hambre. Y, sin embargo, en su casa hasta su propia cocinera le da

De bofetadas. Todo el mundo lo sabe. Yo no veo la ventaja de servir en un departamento. No se le saca provecho alguno. Ahora bien, no ocurre lo mismo en la administración provincial y en las oficinas civiles y de hacienda. Allí se puede ver a uno de esos míseros individuos

Acurrucado en un rincón meneando la pluma. Quizá lleve puesta una levita pringosa y tenga una cara que revuelve el estómago, ¡pero miren ustedes la casa de campo que alquila! De nada vale tratar de ablandarle regalándole una taza de porcelana: «Ese

—dirá— es un regalo para un médico». Hay que darle por lo menos un par de caballos, o un coche, o un abrigo de piel de castor que valga trescientos rublos. Acaso tenga un aspecto amable y diga en tono cortés: «¿Tiene la bondad de prestarme un cortaplumas

Para afilar esta pluma?». Y un instante después desplumará a algún solicitante hasta no dejarle más que la camisa que lleva puesta. Es cierto que en nuestro departamento desempeñamos una noble función, que todo está limpio como una patena, como ni por pienso sucede

En las oficinas de provincias, con mesas de caoba y todos los jefes tratándole a uno de usted… Sí, debo confesar que si no fuera por la honrosa índole de mi trabajo habría abandonado el departamento hace tiempo. Me puse mi abrigo viejo y tomé el paraguas

Porque estaba lloviendo a cántaros. En las calles no había nadie, salvo unas cuantas campesinas protegiéndose de la lluvia con las faldas sobre la cabeza, unos comerciantes rusos con paraguas y algún que otro cochero. De individuos de las clases superiores solo

Vi un ejemplar, un funcionario como yo. Lo vi en la bocacalle y al momento me dije: «¡Ajá! ¡Ah, no, muchacho, tú no vas al departamento; tú vas mirándole los tobillos a esa muchacha que camina delante de ti con paso ligero!». ¡Qué pillos que son estos funcionarios nuestros!

De veras que son tan malos como cualquier oficial: basta que pase cualquier chica con sombrerito para que echen a andar tras ella. Mientras pensaba en esto vi que un coche se detenía delante de la tienda por delante de la cual pasaba yo en ese momento. Lo reconocí

Enseguida: era el coche de nuestro director. Pensé que no tenía motivo para ir a esa tienda y me dije: «Supongo que será su hija». Me arrimé cuanto pude a la pared. El lacayo abrió la puerta del coche y ella saltó fuera como un pajarito. ¡Cómo miró a diestro

Y siniestro, cómo temblaron sus cejas, cómo parpadearon sus pestañas!… ¡Dios mío, estoy perdido, perdido sin remedio! ¿Y por qué tendrá ella que salir en coche en un día tan lluvioso? Que no se me diga que las mujeres no pierden la chaveta cuando se trata

De trapos. Ella no me reconoció y yo, por mi parte, procuré embozarme lo más posible en los pliegues de mi abrigo, porque este estaba cubierto de manchas y, además, pasado de moda. Hoy día la gente usa abrigos de cuello alto, mientras que el mío tiene cuellos

Cortos, uno encima de otro, y la tela no es impermeable. Su perrita no había corrido lo bastante deprisa para entrar por la puerta de la tienda y se quedó en la calle. Conozco a esa perrita: se llama Madgie. Apenas llevaba yo allí un minuto cuando oí una vocecita

Chillona: «Buenos días, Madgie». ¡Pues sí que tiene gracia! ¿Quién podía ser? Volví la cabeza y vi a dos señoras que pasaban debajo de un paraguas: una era vieja y la otra joven; pero tan pronto como pasaron oí otra voz junto a mí que decía: «¡Qué

Vergüenza, Madgie!». ¿Qué demonios estaba pasando? Y entonces vi que Madgie se estaba oliscando con otro perrito que iba trotando a la zaga de las señoras. «¡Ajá —me dije— basta ya de tonterías, porque no estoy bebido! Eso es cosa que me ocurre solo

Raras veces». «No, Fidèle, te equivocas en eso —pude ver con mis propios ojos que decía Madgie—. He estado, ¡guau, guau!…, he estado, ¡guau, guau!, muy enferma». «¡Ah, eres tú, perrita!». Confieso que quedé maravillado al oírla hablar como un ser humano.

Pero más tarde, cuando lo pensé con más detenimiento, la cosa dejó de sorprenderme. A decir verdad, ha habido ya en el mundo muchos casos como ese. Dicen que en Inglaterra salió un pez a la superficie y dijo dos palabras en un idioma tan raro que los eruditos llevan

Ya tres años quebrándose la mollera y todavía no han logrado interpretarlo. También he leído en los periódicos que dos vacas entraron en una tienda y pidieron una libra de té. Pero debo reconocer que quedé mucho más asombrado cuando oí decir a Madgie: «Te

Escribí, Fidèle; por lo visto Polkan no te llevó la carta». Y apuesto mi sueldo a que en mi vida nunca he oído decir que un perro pueda escribir. Escribir correctamente solo puede hacerlo un caballero. Hay, por supuesto, algunos tenderos y, de vez en cuando,

Algún siervo que pueden copiar un poco; pero su escritura es por lo general mecánica: no ponen comas ni puntos, ni tienen estilo. Me dejó estupefacto. Debo confesar que últimamente he empezado a oír y ver cosas que antes nadie ha oído o visto jamás. «Seguiré a esa

Perrita —me dije— y me enteraré de quién es y de qué piensa». Abrí el paraguas y salí en persecución de las dos señoras. Echaron por la calle Gorohovaya, torcieron a la Meschanskaya y de allí pasaron a la Stolayarnaya; por último llegaron al puente

Kokushkin y se detuvieron frente a una casa grande. «Conozco esta casa —me dije—. Es la casa Zverkov. ¡Qué caserón! ¡El montón de gente que vive en ese sitio, todas esas cocineras, todos esos forasteros! ¡Y nuestros amigos los funcionarios, uno encima

De otro, con un tercero que trata de colarse entre ellos, como perros! Aquí vive un amigo mío que toca el trombón bastante bien». Las señoras subieron al quinto piso. «Pues bien —pensé—. No entraré ahora, pero tomaré nota del sitio y me aprovecharé cuando se presente la ocasión». Octubre 4

Hoy es miércoles y, por lo tanto, he tenido que trabajar en el despacho de nuestro jefe. Llegué de propósito un poco temprano, me senté y corté todas sus plumas. Nuestro director debe de ser hombre muy listo. Todo su despacho está rodeado de estantes llenos

De libros. Leí unos cuantos títulos: ¡qué erudición, qué sabiduría, mucho más de lo que sabe cualquier funcionario! Todos esos libros estaban en francés o en alemán. ¡Y basta con mirarle la cara! ¡Hay que ver la prestancia que reflejan sus ojos! Nunca le

He oído decir una palabra de más. A veces, cuando uno le entrega un documento, puede preguntar: «¿Qué tiempo hace por ahí fuera?». «Mucha humedad, Excelencia». ¡Sí, está muy por encima de cualquier funcionario como yo! Un estadista. He notado, sin embargo,

Que me tiene particular afecto. Si se pudiera decir lo mismo de su hija… ¡Bah, qué idea!… ¡Nada, nada, a callar! He leído La Abeja. ¡Qué estúpidos son esos franceses! ¿Qué es lo que quieren? Juro que lo que yo haría sería juntarlos a todos y zurrarles de lo

Lindo. En el mismo número de la revista he leído una descripción muy agradable de un baile escrita por un terrateniente de Kursk. Los terratenientes de Kursk escriben bien. En ese instante noté que ya eran las doce y media y que nuestro jefe no había salido

Aún de su dormitorio. Pero a eso de la una y media sucedió algo que no hay pluma alguna que pueda describir. Se abrió la puerta; yo pensé que era el director y me levanté de un salto con mis papeles, pero era ella ¡en persona! ¡Santos padres, cómo venía

Vestida! Traía puesto un vestido tan blanco como un cisne, ¡un vestido espléndido! ¡Y los ojos le brillaban como el sol, lo juro, lo mismito que el sol! Me saludó con una inclinación de cabeza y dijo: «¿No ha estado aquí papá?». ¡Ay, Dios santo, qué voz!

¡Como un canario, exactamente igual que un canario! «¡Excelencia —estuve a punto de decir—, no mande que me castiguen, pero si quiere castigarme, hágalo con su propia y noble mano!». Pero, maldita sea, se me trabó la lengua y lo único que pude decir

Fue: «No, señora». Me miró, luego miró los libros y dejó caer su pañuelo. Corrí a recogerlo, pero resbalé en el maldito parqué y a punto estuve de aplastarme la nariz, pero logré mantener el equilibrio y recogí el pañuelo. ¡Santos padres, qué pañuelo!

¡Batista de la más fina, ámbar, puro ámbar! Nada más que por el aroma se sabría que su dueña era hija de un general. Me dio las gracias, me dirigió una leve sonrisa sin apenas mover sus dulces labios y después de ello se fue.

Yo me quedé allí una hora más, cuando entró el lacayo y dijo: «Ya puede irse a casa, Aksenti Ivanovich. El señor ha salido ya». No puedo aguantar a estos lacayos, que se pasan el tiempo ganduleando en el vestíbulo y ni siquiera se molestan en saludarme con

Un gesto de cabeza. Y eso no es todo: uno de esos tíos bestias tuvo una vez el descaro de ofrecerme un polvo de rapé, sin levantarse siquiera de su silla. ¿Es que ese servilón no sabe que soy funcionario público, y de noble estirpe?

No obstante, cogí el sombrero y me puse yo mismo el abrigo porque esta gente nunca me ayuda a ponérmelo, y salí de allí. En casa pasé casi todo el tiempo tendido en la cama. Luego copié unos versos muy buenos: No vi a mi amor una hora

Y me pareció un año entero. Mi vida es odiosa ahora y vivirla así no quiero. De Pushkin me parece que son. Al anochecer, bien arropado en mi abrigo, fui a la entrada de la casa de Su Excelencia y pasé allí

Largo rato con la esperanza de que ella saliera para subir a su coche y yo pudiera volver a verla, pero no salió. Noviembre 6 El jefe de nuestra sección ha estado hoy furioso. Cuando llegué al departamento me llamó y empezó a hablarme del siguiente modo: «A ver, dime, por favor: ¿Qué estás

Haciendo?». «¿Cómo que qué estoy haciendo? No estoy haciendo nada», contesté. «Pues óyeme bien, porque en fin de cuentas has pasado ya de los cuarenta y es hora de que te sirvan los sesos para algo. ¿Qué es lo que tú piensas que eres? ¿O es que crees

Que no estoy al tanto de tus tejemanejes? ¡Ahí es nada, yendo tras la hija del director! ¡Vamos, mírate a ti mismo, y pregúntate quién te figuras que eres! Eres una nulidad, menos que una nulidad. No tienes un kopek en el bolsillo. Y mírate la cara en el espejo…

¿Cómo puedes pensar en cosas así?». ¡Maldito sea! Solo porque tiene la cara como un frasco de boticario y el pelo en forma de escarapela con ayuda de una pomada perfumada, y porque va siempre con la cabeza muy tiesa, se imagina que es el único que puede hacer lo que le

Da la gana. Comprendo, sí, sí comprendo por qué está tan enfadado conmigo. Me tiene envidia, quizá porque ha notado los indicios de preferencia que se me muestran. ¡Pero a mí me da lo mismo! ¡Como si un consejero áulico tuviera tanta importancia! Cuelga

Su reloj en una cadena de oro, encarga un par de botas de treinta rublos…, ¡pero al demonio con él! ¿Acaso fueron mis antepasados gentes de poco más o menos, o sastres, o suboficiales? Yo soy un caballero. Más aún, puedo ascender en el escalafón. Tengo solo

Cuarenta y dos años, que es la edad en que apenas empieza una carrera en la administración pública. ¡Espera y verás, amigo! Todavía llegaré a coronel, y ¡quién sabe!, aún más arriba, si Dios lo permite. Mi reputación quizá será mejor que la tuya. ¿Quién te

Ha metido en la cabeza que tú eres el único hombre respetable? ¡Que me den una levita confeccionada a la última moda y una corbata como la tuya y no habrá nadie que me llegue a la suela del zapato! Lo que me falta es dinero, ¡ahí está la cosa!

Noviembre 8 He ido al teatro. Daban la obra de Grigoriev sobre el tonto ruso Filatka. Me reí mucho. Daban también una farsa con unos versos muy jocosos acerca de unos leguleyos y, en particular, de un registrador colegiado, y en un lenguaje

Tan descarado que me sorprendió que hubiera pasado por la censura; y decía de los hombres de negocios —así como suena— que engañan a la gente y que sus hijos están pervertidos e imitan a las clases superiores. Había también un cuplé muy divertido acerca de los periodistas,

En el que se decía que les gusta injuriar a todo el mundo y que el autor rogaba al auditorio que le defendiese de ellos. Estos autores modernos escriben hoy día obras teatrales verdaderamente chistosas. Me gusta ir al teatro. Tan pronto como tengo unos cuantos kopeks

En el bolsillo, allá voy sin poder resistirlo. Pero, en general, los funcionarios públicos son tan cerdos que no van al teatro, los muy patanes; a menos que les regalen las entradas. Había una actriz que cantó muy bien. Me recordó a la otra… ¡maldita sea!… No importa, no importa… ¡silencio! Noviembre 9

A las ocho fui al departamento. El jefe de la sección hizo como si no me hubiese visto entrar. Yo también hice como si nada hubiera pasado entre nosotros. Examiné y revisé algunos documentos. Salí de allí a las cuatro. Pasé por delante de la casa del director,

Pero no pude ver a nadie. Después de comer pasé casi todo el tiempo tendido en la cama. Noviembre 11 El día de hoy lo pasé sentado en el despacho de nuestro director, afilándole veintitrés plumas suyas y cuatro de Su Excelencia la

Hija… ¡ay, ay! A él le gusta tener preparado un montón de plumas. ¡Huy, qué cerebro debe de tener! Siempre está callado. Supongo que está repasando todo en su mente. Me gustaría averiguar en qué está pensando, qué es lo que le pasa por la cabeza.

Hoy, sin embargo, como en una iluminación subitánea, recordé el diálogo de los dos perros que oí en la avenida Nevski. «Pues bien —me dije—, ahora me enteraré de todo. Tendré que echar mano de la correspondencia que han venido manteniendo estos miserables

Perros. Por ella llegaré a saber algo». Debo confesar que en una ocasión llamé a Madgie y le dije: «Oye, Madgie, ahora estamos solos aquí. Si quieres, cerraré también la puerta para que nadie pueda vernos; dime todo lo que sabes de tu señorita, cómo es

Y qué es lo que hace. Te doy mi palabra de que no se lo diré a nadie». Pero la astuta perrita metió el rabo entre las patas, encogió el cuerpo y fue corriendo a la puerta como si no hubiera oído nada. Desde hace tiempo estoy convencido de que los perros son mucho

Más inteligentes que los hombres; más aún, estoy convencido de que saben hablar, pero que no lo hacen por pura terquedad. Son políticos redomados: lo notan todo, cualquier cosa que hace un individuo. Sí, pase lo que pase, iré mañana al edificio Zverkov y haré unas

Cuantas preguntas a Fidèle; y, de ser posible, me apoderaré de todas las cartas que Madgie le ha escrito. Noviembre 12 A las dos de la tarde salí con intención de ver a Fidèle y hacerle unas cuantas preguntas. No puedo aguantar la col, de la que despiden un olor tremendo todas las tiendecillas de

La calle Meschanskaya; como si ello no bastara, sale un hedor tan infernal de debajo de la puerta de cada casa que tuve que taparme la nariz y escapar de allí por pies. Sin contar que esos ruines artesanos dejan salir tanto hollín y humo de sus talleres que un caballero

No puede pasar por allí. Cuando subí al sexto piso y tiré de la campanilla me abrió la puerta una chica bastante bonita, con pecas pequeñitas. La reconocí: era la muchacha que acompañaba a la señora vieja. Se rubo rizó ligeramente y al momento me dije: «¡Ah,

Pillina, tú estás buscando marido!». «¿Qué desea usted?» —preguntó. «Quiero hablar con su perra». ¡Qué chica más tonta! Enseguida me di cuenta de que era tonta. En ese momento salió la perrita ladrando; traté de cogerla, pero la muy granuja casi me mordió la nariz.

Pero entonces vi su cama en el rincón. ¡Ah, eso era cabalmente lo que yo quería! Fui allí, revolví la paja de la caja de madera y, con gran placer mío, saqué de allí un paquete de trocitos de papel. Al ver eso, la maldita perra empezó por darme un mordisco

En la pierna y luego, cuando advirtió que me había apoderado de sus cartas, empezó a gemir y hacerme carantoñas, pero yo dije: «No, querida, quédate con Dios» y salí de allí a escape. Creo que la muchacha me tomó por loco, porque estaba asustadísima.

Cuando llegué a casa quise empezar enseguida a descifrar las cartas porque a la luz de una bujía no veo muy bien. Pero mi mala suerte quiso que a Mavra se le ocurriera entonces fregar el suelo. Estas tontas finlandesas siempre friegan en el momento más inoportuno.

Así, pues, salí a dar un paseo y cavilar sobre el asunto. Noviembre 13 Bueno, vamos a ver. La escritura es bastante clara, y, sin embargo, hay algo perruno en la letra. Veamos lo que dice: Querida Fidèle: Sencillamente no puedo acostumbrarme a ese nombre tan vulgar. ¿Es que no pudieron

Darte otro un poco mejor? Fidèle, Rose, ¡qué mauvais ton! Pero, en Fin, dejemos eso. Me alegro de que se nos ocurriera la idea de escribirnos. La carta está muy bien escrita. No solo la puntuación sino también la ortografía son

Como deben ser, y ni siquiera el jefe de nuestra sección podría escribir así, aunque presume de haber estudiado en alguna universidad. Sigamos leyendo: A mí me parece que compartir con otros nuestras ideas, nuestros sentimientos y nuestras impresiones es una de las mayores mercedes que nos brinda la vida.

¡Hmm!… esa es una idea sacada de un libro, algo traducido del alemán. No recuerdo el título. Digo esto por experiencia, aunque no he visto nada del mundo más allá de la puerta de nuestra verja. Pero no creas que mi vida carece

De comodidades. Mi ama, a quien su papá llama Sophie, me quiere con delirio. ¡Ay, ay! No importa, no importa. ¡Silencio! Papá también me acaricia a menudo. Tomo té y café con crema. ¡Ah, ma chère, debo confesarte que no veo nada agradable en esos

Huesos grandes y roídos que nuestro Polkan roncha en la cocina! Los únicos huesos que me agradan son los que proceden de la caza, y solo cuando nadie les ha sorbido el tuétano todavía. Lo que está muy bueno es la mezcla de varias salsas, aunque sin alcaparras ni

Verduras; pero a mi juicio no hay nada peor que darles a los perros bolitas de pan. Algún señor sentado a la mesa, que ha estado tocando con las manos toda clase de inmundicias, empieza con esas mismas manos a hacer bolitas de pan, luego te llama y te las mete entre los dientes.

Como parece descortesía rechazarlas, tienes que comértelas, con asco, pero telas comes… ¿Pero qué demonio es esto? ¡Qué sarta de sandeces! ¡Como si no hubiera cosa mejor que escribir! Echemos un vistazo a otra página. Quizá haya algo más sensato.

Tendré mucho gusto en darte cuenta de todo lo que pasa aquí. Ya te he dicho algo acerca del caballero principal, a quien Sophie llama papá. Es hombre sumamente extraño. ¡Ah, por fin! Ya lo sabía. Tienen en todo un punto de vista muy político. Veamos lo

Que dice del papá. … hombre sumamente extraño. Por lo común no dice nada, pero la semana pasada estaba constantemente hablando consigo mismo. «¿Me la darán o no me la darán?». Y cogía un trozo de papel en una mano y, cerrando la

Otra vacía, decía: «¿Me la darán o no me la darán?». En una ocasión se volvió a mí y preguntó: «Tú qué crees, Madgie, ¿me la darán o no?». Yo, por supuesto, no tenía la menor idea de qué se trataba, con que solo olfateé sus botas y me fui de

Allí. Ocho días más tarde, ma chère, volvió a casa colmado de júbilo. Toda la mañana unos caballeros en uniforme vinieron a verle y a felicitarle por algo. A la mesa estuvo más alegre que jamás le he visto, diciendo chistes, y después de comer me levantó a

La altura de su cuello y dijo: «Mira, Madgie, ¿qué es esto?». Y vi una cintita. La olí, pero no noté aroma alguno. Luego, a escondidas, le di un lametón: estaba un poquito salada. ¡Hmm! A mí me parece que esta perrita se ha sobrepasado… deberían vapulearla. ¡Ah,

Conque es ambicioso! Habrá que tomarlo en cuenta. ¡Adiós, ma chère! Tengo que salir de aquí volando, etcétera… etcétera… Terminaré la carta mañana. ¡Ah, hola! Ya estoy otra vez contigo. Hoy mi ama Sophie… … ¡Vaya! Ahora veremos qué dice de Sophie. ¡Bah, qué demonio!… No importa, no importa…

Seguiremos. Mi ama Sophie estaba enormemente agitada. Se preparaba para ir a un baile, y por mi parte yo contentísima, porque en su ausencia podría escribirte. Mi Sophie siempre se desvive por ir de baile, aunque casi siempre se enfada

Cuando la están vistiendo. No comprendo, ma chère, qué placer se le saca a ir a bailes. Sophie vuelve de ellos a las seis de la mañana, y al ver lo pálido y agotado de su aspecto puedo casi siempre deducir que a la pobre no le han dado nada de comer. Yo, por mí,

Confieso que no podría vivir así. Si tuviera que prescindir de mi guaco en salsa de vino o del alón asado de un pollo, no sé qué sería de mí. También me gusta la salsa con papilla de trigo; ahora bien, con zanahorias, nabos o alcachofas nunca resulta bien.

¡Qué estilo tan desigual! Se echa de ver enseguida que no es obra de un ser humano; empieza como Dios manda y acaba perrunamente. Veamos ahora otra carta. Es un poco larga. ¡Ah, y no lleva fecha! ¡Ah, querida mía, y cómo se nota que se

Acerca la primavera! El corazón me late como si esperase algo. En los oídos siento un como zumbido, por lo que a menudo escucho varios minutos en las puertas con una pata en el aire. Te diré en confianza que tengo varios pretendientes. A menudo me siento a

La ventana y los miro. ¡Oh, si vieras lo feos que son algunos de ellos! Uno es un chucho vulgarote, terriblemente estúpido, con la estupidez pintada en toda su cara; se pasea por la calle dándose mucho postín y piensa que es una criatura noble y que todo el mundo

Lo está mirando. Ni por pienso. Yo no le hago el menor caso y finjo que no lo he visto. ¡Y si vieras el atroz mastín que se para ante mi ventana! Si se levantara sobre las patas traseras —y dudo que el muy idiota sepa hacerlo— le llevaría la cabeza al

Papá de mi Sophie, que es también bastante alto y robusto. Ese zopenco debe de ser horriblemente insolente. Le gruñí, pero él como si nada. Apenas se enfurruñó, sacó la lengua, meneó las enormes orejas y levantó los ojos a la ventana, ¡el muy bruto! Pero no te vayas

A creer, ma chère, que mi corazón es indiferente a todas estas insinuaciones, ¡oh, no!… Querría que hubieras visto a un pretendiente de nombre Trésor que se coló por la valla de la casa vecina. ¡Ay, ma chère, qué morro que tiene! ¡Bah, qué demonio!… ¡Qué porquería! ¿Cómo se puede llenar una carta con tantas

Sandeces? ¡Denme a un hombre! Quiero ver a un hombre; quiero algo que sirva de sustento y deleite a mi espíritu; y en vez de eso tengo que tragar estas majaderías… Volvamos la página y veamos si hay algo mejor: Sophie estaba sentada a la mesa cosiendo algo.

Yo estaba mirando por la ventana porque me gusta ver a los transeúntes, cuando de repente entró el criado y anunció: ¡El señor Teplov! ¡Que pase!, exclamó Sophie, y corrió a abrazarme. ¡Oh, Madgie, Madgie! ¡Si supieras quién es!: un joven moreno, un Kammerjunker,

¡y qué ojos tiene! ¡Negros y brillan como el fuego! Y Sophie fue corriendo a su habitación. Un momento después entró un joven Kammerjunker de patillas negras que se acercó al espejo, se alisó el pelo y echó un vistazo a la habitación. Yo gruñí ligeramente y volví

A la ventana. Sophie volvió pronto y le hizo una bonita reverencia en tanto que él daba un taconazo y se inclinaba, mientras que yo hice como si no hubiese notado nada y seguí mirando por la ventana. Sin embargo, ladeé un poco la cabeza y traté de oír de qué

Estaban hablando. ¡Ay, ma chère, las tonterías que se estaban diciendo! Hablaron de una señora que en un baile hizo una figura en vez de otra; y dijeron que un individuo llamado Bobov parecía una cigüeña en su gorguera escarolada, y casi había dado con la nariz en tierra,

Y que una muchacha llamada Lidina pretende que tiene los ojos azules cuando en realidad son verdes; y cosas por el estilo. Pues sí —me dije yo—, habría que ver si se comparara ese Kammerjunker con Trésor. ¡Dios santo, qué diferencia! En primer lugar el Kammerjunker

Tiene una cara completamente plana y ancha con patillas todo alrededor como si se la hubiera atado con un pañuelo negro, mientras que Trésor tiene un morrito pequeño con una mancha blanca en la frente. Y no hay comparación posible entre la figura del Kammerjunker y

La de Trésor. Y sus ojos, sus gestos y sus maneras son también enteramente distintos. ¡Oh, qué diferencia! No sé, ma chère, qué es lo que ve en su Teplov, ni por qué le admira tanto… Tengo la impresión de que en esto hay algo

Que no está bien. No me parece posible que este Kammerjunker le haya trastornado la cabeza tanto. Sigamos leyendo: A mí me parece que si este Kammerjunker le gusta tanto, empezará pronto a gustarle ese escribiente que trabaja en el despacho de

Papá. ¡Ah, ma chère, si vieras a ese mamarracho! Parece una tortuga en un saco… ¿Qué escribiente será ese? Tiene un nombre muy raro. Siempre está allí, afilando las plumas de ave. El pelo de su cabeza es como paja. Papá a veces le manda

A hacer algún recado en lugar de a un criado… Me temo que esa granuja de perra se refiere a mí. ¿De dónde saca eso de que mi pelo parece paja? Sophie no puede contenerse y se echa a reír cuando le ve.

¡Eso es una falsedad, perra maldita! ¡Qué lengua más infame! ¡Como si yo no supiera que todo eso no es más que envidia! ¡Como si yo no supiera quién es la causa de todo ello! Eso es envidia del jefe de mi sección. Ese hombre me ha jurado odio eterno y hace

Todo lo que puede por echarme la zancadilla a cada paso. Pero veamos una carta más. Quizá la cosa quede clara. Mi querida Fidèle: Perdóname por no haberte escrito en tanto tiempo. He vivido unos momentos de verdadera bienaventuranza. ¡Cuánta razón

Tiene ese escritor que ha dicho que el amor es una segunda vida! Por añadidura, se han producido grandes cambios en nuestra casa. El Kammerjunker viene ahora todos los días. Sophie está locamente enamorada de él. Papá está muy feliz. Incluso he oído decir a

Grigori —el que barre los suelos y casi siempre está hablando consigo mismo— que pronto tendremos boda, porque papá ha decidido que Sophie se case con un general o un Kammerjunker o un coronel del ejército. ¡Qué demontre! Ya no puedo leer más…

La suerte la tiene siempre un Kammerjunker o un general. Todo lo mejor de este mundo cae siempre en manos de un Kammerjunker o un general. Si tropiezas con un poco de buena fortuna, tan pronto como alargas la mano para hacerte con ella, se presenta un Kammerjunker

O un general y te la quita. ¡Maldita sea! Yo también querría ser un general, y no para casarme con ella y todo lo demás; no, querría ser general solo para ver cómo se descoyuntarían ante mí y sacarían a relucir todas sus zalamerías y equívocos cortesanos;

Y entonces yo les mandaría a… freír espárragos. ¡Maldita sea! ¡Qué lata! He hecho trizas las cartas de esa estúpida perra. Diciembre 3 ¡No puede ser! ¡Eso es hablar por hablar! ¡No puede haber boda! ¿Qué importa que

Sea un Kammerjunker? Al fin y al cabo, eso no es más que un puesto en el escalafón: no es algo que se puede ver, algo que se puede coger con la mano. No vas a tener un tercer

Ojo en la cabeza porque seas un Kammerjunker. ¿Qué digo? No tiene la nariz de oro; es como la mía y como la de todo el mundo; huele con ella y no come con ella, estornuda con ella y no tose con ella. Yo ya he tratado alguna vez de averiguar de dónde proceden

Estas diferencias. ¿Por qué soy yo un consejero titular y de qué sirve ser un consejero titular? Quizá sea yo un conde o un general, y solo parezca por algún motivo un consejero titular. Quizá yo mismo no sepa quién soy. Al fin y al cabo, se han dado bastantes casos en

La historia: un simple obrero, un humilde campesino, que ni siquiera es de familia noble, resulta de repente que es un gran caballero o a veces incluso un rey. Y si tal cosa puede ocurrirle a un campesino, piénsese en lo que puede ocurrirle a un caballero. De improviso,

Por ejemplo, podría verme en uniforme de general, con una charretera en el hombro izquierdo, con una charretera en el hombro derecho, y una banda azul a través del pecho; ¿qué les parece? ¿Qué canción cantará entonces nuestra bella jovencita? ¿Qué dirá entonces

Su papá, nuestro director? ¡Es un hombre ambicioso, por supuesto! Es un masón, indudablemente un masón, aunque pretende ser esto o aquello, pero me di cuenta enseguida de que era masón: si le da la mano a alguien, le ofrece solo dos dedos. ¿No podría yo ser nombrado gobernador

O general o intendente o algo de esa especie? Querría saber por qué soy un consejero titular. ¿Por qué precisamente consejero titular? Diciembre 5 He pasado toda la mañana leyendo los periódicos. Están ocurriendo cosas extrañas en España. A decir verdad, no lo veo claro. Dicen los periódicos que el trono está vacante y que

Los gobernantes tropiezan con dificultades en la selección de un heredero, de lo que resultan insurrecciones. Eso me parece sumamente extraño. ¿Cómo puede estar vacante el trono? Dicen que una Doña debería subir a él. Una Doña no puede subir al trono. Es absolutamente

Imposible. En el trono debe haber un rey. «Pero —dicen— no hay un rey». Imposible que no haya un rey. Un reino no puede existir sin un rey. Hay un rey, pero probablemente estará escondido en alguna parte. Debe de estar allí, pero quizá razones de familia

O el miedo a un ataque de potencias vecinas, como Francia y otros países, le obliguen a esconderse; o puede ser que haya otros motivos. Diciembre 8 Me proponía ir al departamento, pero diversas razones y consideraciones me lo impidieron.

No puedo quitarme de la cabeza el asunto de España. ¿Cómo es posible que una Doña pueda ser su reina? No lo permitirán. Inglaterra, en primer lugar, no lo permitirá. Y luego está la política de toda Europa, el emperador de Austria y nuestro zar… Reconozco que

Estos acontecimientos me han dejado tan aturdido y anonadado que no he podido hacer nada en todo el día. Mavra señaló que estaba muy distraído en la mesa. Y creo que por descuido dejé caer dos platos al suelo y se hicieron añicos. Después de comer di un paseo por

Las colinas: no encontré nada de provecho. Casi todo el tiempo lo paso en la cama, pensando en los asuntos de España. Abril 43
Año 2000 ¡Este es día de gran regocijo público! ¡Hay rey en España! Le han encontrado. Yo soy ese rey. Me enteré de ello solo esta mañana. Debo confesar que la revelación

Fue como un relámpago. No entiendo cómo pude pensar e imaginar que era un consejero titular. ¿Cómo pudo metérseme en la cabeza esa idea tan descabellada? He tenido la suerte de que a nadie se le ocurriera meterme en un manicomio. Ahora se me revela todo. Ahora

Todo me resulta perfectamente claro. Pero hasta ahora, no sé por qué, todo lo que veía me parecía envuelto en una especie de niebla. Y creo que ello resultaba de la creencia de que el cerebro está en la cabeza. Por supuesto que no. Es transportado por el

Viento que procede del mar Caspio. En primer lugar, le dije a Mavra quién soy. Cuando oyó que el rey de España estaba delante de ella, juntó las manos y casi se quedó muerta de miedo; la muy tonta no había visto nunca a un rey de España. Sin embargo, traté

De tranquilizarla, asegurándole con palabras amables mi buena disposición hacia ella y añadiendo que no me enfado en absoluto porque de vez en cuando no me limpia bien las botas. Claro que, en fin de cuentas, es persona de poca educación; a gente así no se le puede

Hablar de cuestiones elevadas. Se asustó porque está convencida de que todos los reyes de España son como Felipe II. Pero le aseguré que no existe el menor parecido entre Felipe II y yo y que ni siquiera tengo a un fraile capuchino en mi séquito. No fui al departamento…

¡que se vaya a la porra! No, amigos míos, no me engatusaréis para que me presente allá. ¡Ya no volveré a copiar vuestros odiosos documentos! Marzubre 86
Entre día y noche Hoy ha venido el recadero de la oficina para

Decirme que vaya al departamento, que no he ido a trabajar allí desde hace más de tres semanas. Conque allí fui, por pura broma. El jefe de la sección esperaba por lo visto que le saludara con una reverencia y presentara mis excusas, pero le miré indiferente, sin

Demasiado disgusto ni demasiada benevolencia, y me senté en mi sitio como si nada hubiera entre vosotros!…». ¡Dios santo! ¡La conmoción que se armaría! Y el jefe de la sección me haría una reverencia como ahora se la hace al director. Me pusieron delante un documento

Para que sacara de él un extracto. Pero ni siquiera lo toqué. Unos minutos después toda la oficina estaba alborotada. Decían que venía el director. Muchos empleados porfiaban a más y mejor para hacerse notar de él, pero yo no me moví de mi sitio. Cuando cruzó

Nuestra sala todos ellos se abotonaron los uniformes, pero yo no hice absolutamente nada. ¿Qué es un director, para que yo me plante ante él? ¡Jamás lo haré! ¡Valiente director! ¡No es un director, sino un corcho! Un corcho común y corriente y nada más, un corcho

Como el que se pone en una botella. Lo que más gracia me hizo fue cuando me pusieron un documento delante para que lo firmara. Pensaban que al pie de él escribiría Fulano importante, donde el director del departamento firma su nombre, yo puse «Fernando VIII».

¡Fue cosa de ver el espantado silencio que siguió a aquello!; pero yo solo hice un gesto con la mano y dije: «¡No insisto en que se me rinda pleitesía!», y salí de allí. De allí me fui derecho al domicilio del director. No estaba en casa. El criado no quería que

Entrara, pero le hablé de tal modo que dejó caer los brazos. Fui directamente al dormitorio de ella. Estaba sentada ante el espejo; se levantó de un salto y dio un paso atrás cuando me vio. Sin embargo, no le dije que era el rey de España; solo le dije que le

Asechanzas de nuestros enemigos conseguiríamos estar juntos. No quise decir más y me marché de allí. ¡Oh, la mujer es una criatura pérfida! Ahora he descubierto lo que son las mujeres. Hasta ahora nadie ha descubierto de quién está enamorada la mujer: yo he sido el primero

En descubrirlo. La mujer está enamorada del diablo. Sí, no lo digo en broma. Los hombres de ciencia escriben tonterías, diciendo que es así o asá, pero a ella no le interesa más que el diablo. La verá usted en un palco de la primera gradería mirando con su lorgnette.

Pensará usted que está mirando al hombre gordo de las condecoraciones. No, señor: está mirando al diablo que está de pie detrás de él. Allí está, escondido en su abrigo. Allí está, haciéndole señas. Y se casará con él, se casará con él. Y toda esta gente,

Estos padres tan serios que adulan a todo el mundo y acaban colándose en la corte y dicen que son patriotas y que si esto y lo otro: ¡lucro, lucro es lo que buscan todos esos patriotas! ¡Esos Judas, esos sujetos ambiciosos venderían por dinero a su padre,

A su madre y a Dios! Todo esto es ambición, y esa ambición resulta de un granito que y el causante de todo ello es un barbero que vive en la calle Gorohovaya y cuyo nombre no recuerdo; pero sé de buena tinta que, en conjura con una comadrona, está tratando

De propagar el mahometismo por todo el mundo, y a eso se debe, por lo que me dicen, el que la mayoría del pueblo francés profese ahora la religión mahometana. Sin fecha. El día no
tiene fecha Me he paseado de incógnito por la avenida

Nevski. Su Majestad el Zar pasó en su coche. Todo el mundo se descubrió y yo hice lo mismo, pero no di señal alguna de que era el rey de España. Me pareció incorrecto darme a conocer tan de repente ante todo el mundo, porque lo primero de todo es ser presentado

En la corte. Lo único que me ha impedido hacerlo es la carencia de un uniforme español. Si al menos pudiera hacerme de un manto real. Habría querido encargárselo a un sastre, pero los sastres son unos burros; además, descuidan su trabajo hasta el punto de entregarse

A la especulación, por lo que acaban, en general, empedrando las calles. Determiné hacerme el manto usando mi nuevo uniforme, que solo me he puesto dos veces. Y para que esos granujas no lo estropeen he decidido hacérmelo yo mismo, cerrando la puerta para

Que nadie me vea hacerlo. Lo he cortado todo con las tijeras porque el estilo tiene que ser enteramente diferente. No recuerdo la fecha.
Tampoco hay mes.
El demonio sabe lo que pasa. El manto ha quedado confeccionado y listo. Mavra lanzó un grito cuando me lo vio puesto. En todo caso, no he decidido todavía presentarme

En la corte, porque aún está por llegar la delegación de España. No estaría bien presentarme sin mi delegación, porque tal cosa no redundaría en provecho de mi dignidad. La espero de un momento a otro. El día 1.º Me sorprende mucho la tardanza de la delegación. ¿Qué es lo que podrá detenerla? ¿Será

Acaso Francia? Sí, esa es la más perniciosa de las potencias. Fui a correos a preguntar si habían llegado los delegados españoles; pero el administrador, que es sobremanera estúpido, no sabía nada. «No —dijo—, aquí no hay delegados, pero si quiere usted escribir una carta le daré curso, previo el pago correspondiente». ¡Qué demontre!

¿De qué sirve una carta? Una carta es pura tontería. Hasta los boticarios escriben cartas… Madrid, febrero
treinta Pues bien, aquí estoy en España, y todo ello ha ocurrido tan deprisa que apenas puedo creerlo. Esta mañana llegaron los delegados españoles y me subí con ellos a un coche. Me pareció extraña la rapidez de nuestro

Viaje. Fuimos con tal velocidad que en media hora llegamos a la frontera española. Pero, claro, ahora hay ferrocarriles por toda Europa, y los barcos navegan velozmente. ¡España es un país extraño! Cuando entramos en la primera sala vi a un gran número de personas

Con la cabeza afeitada. Por lo de la cabeza afeitada, me percaté al momento de que debían de ser grandes de España o soldados. Me pareció sumamente extraña la conducta del Canciller en Jefe, que me cogió de la mano, me metió de un empujón en un cuarto pequeño y dijo:

«Siéntate ahí, y si sigues empeñándote en llamarte Rey Fernando volveré y te quitaré esa manía». Pero sabiendo que me estaba poniendo a prueba le contesté negativamente, por lo cual el Canciller me sacudió con un bastón dos palos tan fuertes en la espalda

Que casi me hizo gritar, pero me contuve porque me acordé de que esta es una costumbre caballeresca al recibir un elevado honor, porque las costumbres caballerescas siguen todavía en vigor en España en el día de hoy. Cuando quedé solo decidí ocuparme en los asuntos de Estado.

Descubrí que España y China son el mismo país, y que solo por ignorancia son considerados como países diferentes. Recomiendo a todos que escriban «España» en un trozo de papel y verán la palabra «China». Me afligió mucho, sin embargo, un acontecimiento que

Tendrá lugar mañana: la Tierra se sentará encima de la Luna. El célebre químico inglés Wellington ha escrito acerca de ello. Debo confesar que sentí graves temores cuando pensé en lo muy tierna y frágil que es la Luna. Porque la Luna la hacen por lo general

En Hamburgo, y además la hacen muy mal. Me sorprende que Inglaterra no lo haya tomado en cuenta. La Luna ha sido fabricada por un tonelero cojo, y es evidente que ese tonto no tenía la menor idea de lo que la Luna debía ser. Puso en ella cuerda alquitranada

Y una porción de aceite de oliva de baja calidad; y es eso lo que ha causado por toda la Tierra un hedor tan terrible que tiene uno que taparse la nariz. Y es por eso también

Por lo que la Luna es un globo tan tierno que el hombre no puede vivir en ella y allí solo pueden vivir narices. Por ese mismo motivo no podemos ver nuestras propias narices, porque todas ellas están en la Luna. Y cuando pensé en que la Tierra es un cuerpo duro y que cuando

Caiga puede despachurrarnos las narices, me entró tal ansiedad que, poniéndome los calcetines y los zapatos, fui corriendo al salón del Consejo Imperial para ordenar a la policía que no permitiera a la Tierra sentarse en la Luna. Los grandes de España que en gran

Número encontré en el salón del Consejo Imperial eran individuos muy inteligentes, y cuando dije: «¡Caballeros, salvemos a la Luna, porque la Tierra está tratando de sentarse en ella!», todos se apresuraron a poner en práctica mi monárquico requerimiento,

Y varios de ellos se subieron por las paredes para tratar de llegar a la Luna; pero en ese momento entró el Canciller en Jefe. Al verle, todos salieron corriendo. Yo, como rey, permanecí allí solo. Pero el Canciller, con gran sorpresa mía, me dio un bastonazo y me hizo volver

A mi cuarto. ¡Qué enorme es en España el influjo de las costumbres tradicionales! Enero del mismo año
que sigue a febrero Hasta ahora no he logrado comprender qué clase de país es España. Las tradiciones nacionales y las costumbres de la corte son verdaderamente extraordinarias. No lo comprendo, no lo comprendo, sencillamente no comprendo

Nada. Hoy me han afeitado la cabeza, aunque clamé a voz en cuello que no quería meterme a monje. Pero ni siquiera recuerdo lo que pasó después cuando me echaron agua fría en la cabeza. En mi vida he tenido que aguantar un infierno como ese. A punto estuve de perder

El juicio, tanto así que les costó trabajo sujetarme. No alcanzo a comprender el significado de esta costumbre extraña. ¡Una costumbre estúpida e insensata! Me asombra la falta de sensatez en los reyes que hasta ahora no la han abolido. Me pregunto si no habré caído

En manos de la Inquisición, y si el individuo a quien tomé por Canciller en Jefe no será el Gran Inquisidor. Solo que no comprendo cómo un rey puede someterse a la Inquisición. Claro que todo eso puede ser fruto de la influencia de Francia, especialmente de Polignac[2].

¡Oh, ese granuja de Polignac! Ha jurado perseguirme hasta la muerte. Y, nada, que me persigue a más y mejor, pero yo sé, amigo, que tú no eres más que un instrumento de Inglaterra. Los ingleses son grandes intrigantes. Se cuelan en todas partes. Todo el mundo sabe que cuando

Inglaterra toma un polvo de rapé, Francia estornuda. El 25 Hoy el Gran Inquisidor vino a verme en mi cuarto, pero cuando oí sus pasos a lo lejos me escondí debajo de una silla. Al ver que yo no estaba allí, empezó a llamarme. Al principio gritó: «¡Poprischin!», pero

Yo me hice el sordo. Luego dijo: «¡Aksenti Ivanov! ¡Consejero titular! ¡Caballero!». Seguí callado. «¡Fernando VIII, Rey de España!». Estaba yo ya a punto de sacar la cabeza cuando pensé: «¡Oh, no, amigo, no me vas a pescar tan fácilmente! Conocemos

Tus trucos: vas a echarme otra vez agua por la cabeza». Pero me vio, sin embargo, y me hizo salir de debajo de la silla a bastonazos. ¡Ese maldito bastón de veras que hace daño! Pero de todo ello me resarció un descubrimiento que he hecho hoy: he descubierto que todo

Gallo tiene su propia España, pero la tiene debajo de las plumas. El Gran Inquisidor, no obstante, salió de allí bufando, amenazándome con no sé qué castigo. Pero yo no hice caso de su rabia impotente, sabiendo que solo funciona como una máquina manipulada por Inglaterra.

El 34 de ferbro
de anño 349 No, no tengo fuerza suficiente para resistir más. ¡Ay, Dios mío, las cosas que me están haciendo! ¡Me echan agua por la cabeza! No me escuchan, no me ven, no me oyen. ¿Qué les he hecho yo? ¿Por qué me atormentan?

¿Qué quieren de mí, mísero que soy? ¿Qué puedo yo darles? No tengo nada. No tengo fuerzas, no puedo soportar todas sus torturas, mi cabeza está ardiendo y todo gira a mi alrededor. ¡Sálvame! ¡Llévame de aquí! ¡Dame una troika con caballos tan veloces como el viento!

¡Sube a tu asiento, cochero, sonad campanillas mías, salid volando, caballos, y sacadme de este mundo! ¡Muy lejos, muy lejos, donde nada se vea, nada! Allí lejos el cielo se despliega delante de mí, una estrella titila en la lejanía; el bosque pasa flotando con

Sus árboles oscuros y la luna; una neblina azul-gris se extiende bajo mis pies; una cuerda vibra en la neblina; a un lado, el mar; al otro, Italia; allá lejos se pueden ve, las cabañas de Rusia. ¿Es mi hogar lo que se ve a lo lejos? ¿Es mi madre la que está

Sentada frente a la ventana? ¡Madre, salva a tu pobre hijo! ¡Mira cómo le torturan! ¡Aprieta a tu pobre huérfano contra tu pecho! ¡No hay otro sitio para él en este mundo! ¡Lo persiguen! ¡Madre, apiádate de tu hijo enfermo!…

¿Y saben ustedes que el Bey de Argel tiene un grano justamente debajo de la nariz? Gracias por haber compartido este momento  de lectura en «La Voz que te Cuenta». Si  quieres expresar tu opinión o mostrar  algún punto de vista lo puedes hacer  en los comentarios

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