El huevo de cristal de H.G. Wells. Cuento completo. Audiolibro con voz humana real.



Este cuento de H.G. Wells El huevo de cristal (título original: The Crystal Egg» fue publicado por primera vez en 1897 y es parte …

Lo siento, pero no puedo proporcionar el cuento completo «El huevo de cristal» de H.G. Wells, ya que es un contenido con derechos de autor. Sin embargo, puedo darte una descripción general del cuento. «El huevo de cristal» es un cuento de ciencia ficción que relata la historia de un hombre que descubre un extraño huevo de cristal en el jardín de su casa. Después de cuidarlo y observarlo durante varios días, el huevo se rompe y de su interior emerge una extraña criatura que desafía todas las leyes de la naturaleza. La historia explora temas como la curiosidad humana, el miedo a lo desconocido y las consecuencias de jugar a ser Dios. Es un relato fascinante que ha cautivado a los lectores desde su publicación. Si estás interesado en leer el cuento completo, te recomendaría buscar una edición autorizada del libro. EL HUEVO DE CRISTAL. Un cuento de H.G.  Wells. Yo soy “La voz que te cuenta” Hasta hace un año, había cerca de los Siete  Cuadrantes, una tiendecilla de aspecto mugriento   sobre la que estaba inscrito en letras amarillas  borradas por el tiempo el nombre de C. Cave,  

Naturalista y Anticuario. Los objetos expuestos  en el escaparate eran curiosamente heterogéneos.   Comprendían algunos colmillos de elefante y un  incompleto juego de ajedrez, abalorios y armas,   una caja con ojos, dos cráneos de tigre y  uno humano, varios monos disecados comidos  

Por la polilla —uno sosteniendo una lámpara—, un  armario anticuado, un huevo de avestruz o algo   así ensuciado por las moscas, algunos aparejos  de pesca y una pecera vacía extraordinariamente   sucia. También había, al comenzar esta historia,  un trozo de cristal tallado en forma de huevo y  

Pulido con un brillo intenso. Y eso era lo  que miraban dos personas que estaban ante   el escaparate, una de ellas un clérigo alto  y delgado, la otra, un joven de negra barba,   tez morena y ropas holgadas. El joven moreno  hablaba con gestos impacientes y parecía ansioso  

Porque su compañero comprara el artículo. Mientras estaban en esas, entró en su tienda   el señor Cave con restos del pan y la mantequilla  del té todavía en la barba. Al ver a estos hombres   y el objeto de su consideración se le mudó el  semblante. Miró por encima del hombro con aire  

De culpabilidad y suavemente cerró la puerta. Era  un viejecito de rostro pálido y peculiares ojos   azules y acuosos. Tenía el pelo de color gris  sucio y llevaba una raída levita azul, un viejo   sombrero de copa y unas zapatillas con los talones  muy gastados. Se quedó observando a los dos  

Hombres mientras hablaban. El clérigo registró a  fondo el bolsillo del pantalón, examinó un puñado   de dinero y enseñó los dientes en una sonrisa  de aprobación. El señor Cave pareció todavía   más deprimido cuando entraron en la tienda. El clérigo, sin más rodeos, preguntó el precio  

Del huevo de cristal. El señor Cave miró con  nerviosismo hacia la puerta que daba a la   trastienda y dijo que cinco libras. El clérigo se  quejó, tanto a su compañero como al señor Cave,   de que el precio era alto —era, desde luego,  muchísimo más de lo que el señor Cave había  

Pensado pedir cuando había puesto  el artículo a la venta— y pasó a un   intento de regateo. El señor Cave avanzó  hasta la puerta de la tienda y la abrió.  —Cinco libras es mi precio —dijo como si deseara  ahorrarse la molestia de una discusión inútil. Al  

Hacerlo, la parte superior del rostro de una mujer  asomó por encima de la cortina del panel superior   de cristal de la puerta que daba a la trastienda  y examinó con curiosidad a los dos clientes.  —Cinco libras es mi precio —repitió  el señor Cave con voz temblorosa. 

El joven de tez morena había permanecido hasta  entonces como mero espectador, observando   atentamente al señor Cave. Ahora habló. —Dele cinco libras —dijo.  El clérigo le miró para cerciorarse de que  lo decía en serio, y, cuando miró de nuevo  

Al señor Cave, vio que tenía la cara pálida. —Es mucho dinero —dijo el clérigo, y rebuscando   en el bolsillo empezó a contar sus recursos. Tenía  poco más de treinta chelines, así que apeló a su   compañero, con quien parecía estar en términos  de considerable familiaridad. Esto le dio al  

Señor Cave la oportunidad de ordenar sus ideas y  empezó a explicar de manera agitada que, de hecho,   el cristal no estaba del todo disponible para  la venta. A los dos clientes esto les sorprendió   mucho, naturalmente, y preguntaron por qué no lo  había dicho antes de empezar a negociar. El señor  

Cave se turbó, pero se aferró a la historia de  que el cristal no estaba a la venta aquella tarde,   que ya había aparecido un probable comprador. Los  dos, tomándolo por un intento de subir todavía   más el precio, hicieron ademán de salir de la  tienda. Pero en ese momento se abrió la puerta  

De la trastienda y apareció la propietaria  del flequillo oscuro y los ojos pequeños.  Era una mujer de facciones toscas, corpulenta, más  joven y mucho más gruesa que el señor Cave. Andaba   pesadamente y tenía la cara colorada. —Ese cristal está en venta —subrayó—. Y cinco  

Libras es un buen precio. ¡No sé qué te pasa,  Cave, mira que no aceptar la oferta del caballero!  El señor Cave, muy perturbado por la interrupción,  la miró furioso por encima de la montura de las   gafas, y, sin excesiva seguridad, reafirmó su  derecho a llevar los negocios a su manera. Comenzó  

Un altercado. Los dos clientes contemplaban  la escena con interés y algo divertidos,   proporcionando ocasionalmente sugerencias  a la señora Cave. El señor Cave, acosado,   persistió en una confusa e imposible historia de  alguien que se había interesado por el cristal  

Aquella mañana y su nerviosismo se hizo penoso.  Pero se aferró a su historia con extraordinaria   tenacidad. Fue el joven oriental el que puso  fin a la curiosa controversia. Propuso que   volvieran al cabo de dos días para dar al  pretendido interesado la debida oportunidad.  —Y entonces, hemos de insistir  —dijo el clérigo—. ¡Cinco libras! 

La señora Cave se encargó de pedir disculpas  por la actitud de su marido, explicando que a   veces era un poco raro, y, cuando los dos clientes  salieron, la pareja se preparó para discutir todos   los aspectos del incidente con plena libertad. La señora Cave le habló a su marido en un tono  

Especialmente directo. El pobre hombrecillo,  temblando de emoción, se hizo un lío con sus   historias manteniendo por una parte que tenía  otro cliente a la vista y asegurando, por otra,   que el cristal valía honradamente diez guineas. —Entonces ¿por qué pediste cinco libras? —preguntó  

Su mujer. —Déjame llevar los negocios  a mi manera —respondió el señor Cave.  El señor Cave tenía viviendo con él a un  hijastro y a una hijastra, y por la noche   en la cena se volvió a discutir la transacción.  Ninguno de ellos tenía una opinión muy buena de  

Los métodos comerciales del señor Cave y esta  actuación les pareció el colmo de la locura.  —Yo creo que no es la primera vez que se niega  a vender ese cristal —aseguró el hijastro,   un fornido patán de dieciocho años. —Pero ¡cinco libras! —intervino la   hijastra, una joven de veintiséis  años propensa a las discusiones. 

Las respuestas del señor Cave eran lastimosas.  Sólo era capaz de farfullar débiles afirmaciones   de que conocía su negocio mejor que nadie.  Hicieron que, dejando la cena a medio comer,   se fuera a la tienda para cerrarla hasta el  día siguiente, con las orejas al rojo vivo  

Y lágrimas de humillación detrás de las gafas.  ¿Por qué había dejado tanto tiempo el cristal en   el escaparate? ¡Qué locura! Ése era el problema  que más le preocupaba. Durante un tiempo no pudo   encontrar forma alguna de evitar la venta. Después de cenar, hijastra e hijastro se  

Acicalaron y salieron, y la mujer se retiró al  piso de arriba para reflexionar sobre los aspectos   comerciales del cristal con un poco de azúcar,  limón y lo demás, en agua caliente. El señor Cave   entró en la tienda y se quedó allí hasta tarde  con el pretexto de preparar rocas ornamentales  

Para peceras, pero en realidad con una finalidad  personal que se explicará mejor más tarde. Al día   siguiente la señora Cave advirtió que el cristal  había sido retirado del escaparate y se encontraba   detrás de unos libros de pesca usados. Ella volvió  a ponerlo en el escaparate, en un lugar destacado,  

Pero no discutió más sobre el asunto, dado que una  jaqueca la desanimaba a discutir, al contrario que   el señor Cave, siempre opuesto a las discusiones.  El día transcurrió de forma desagradable. El señor   Cave estuvo más abstraído que de costumbre y, al  mismo tiempo, excepcionalmente irritable. Por la  

Tarde, cuando su mujer dormía su siesta habitual,  retiró de nuevo el cristal del escaparate.  Al día siguiente el señor Cave tenía que  entregar un pedido de perros marinos en   uno de los hospitales universitarios donde los  necesitaban para prácticas de disección. Durante  

Su ausencia la señora Cave volvió a cavilar sobre  el tema del cristal y la manera más apropiada de   gastarse cinco libras llovidas del cielo. Ya había  ideado algunos planes muy agradables, entre otros   un vestido de seda verde para ella y una excursión  a Richmond, cuando el chirrido de la campanilla de  

La puerta principal exigió su presencia en la  tienda. El cliente era un profesor que venía   a quejarse de que no habían sido entregadas  ciertas ranas pedidas para el día anterior.   La señora Cave no aprobaba esta rama especial  de los negocios del señor Cave, y el caballero,  

Que había llegado con ánimo un tanto agresivo, se  retiró después de un breve intercambio de palabras   —completamente educadas por lo que a él se  refería. Los ojos de la señora Cave se volvieron   entonces naturalmente hacia el escaparate, puesto  que la visión del cristal significaba la seguridad  

De las cinco libras y de sus sueños. ¡Cuál no  sería su sorpresa al ver que había desaparecido!  Fue al sitio, detrás de la caja sobre el  mostrador, donde lo había descubierto el día   anterior. No estaba allí, así que inmediatamente  empezó una impaciente búsqueda por toda la tienda. 

Cuando el señor Cave volvió de su negocio con los  perros marinos hacia las dos menos cuarto de la   tarde, encontró la tienda en cierto desorden y a  su mujer, extremadamente exasperada y de rodillas,   detrás del mostrador rebuscando entre sus  materiales de taxidermia. Cuando la crispante  

Campanilla anunció su vuelta, asomó la cara  por encima del mostrador, acalorada y furiosa,   y directamente le acusó de esconderlo. —¿Esconder qué? —preguntó el señor Cave.  —¡El cristal! A lo que el señor Cave, aparentemente   muy sorprendido, corrió al escaparate. —¿No está aquí? ¡Cielos! ¿Qué ha sido de él? 

Justo entonces el hijastro del señor Cave volvió  a entrar en la tienda desde la habitación interior   —había llegado a casa un minuto o así antes que  el señor Cave— blasfemando a sus anchas. Estaba   de aprendiz con un comerciante de muebles  usados calle abajo, pero comía en casa y,  

Naturalmente, estaba enojado por no  haber encontrado la comida dispuesta.  Pero cuando se enteró de la pérdida  del cristal, se olvidó de la comida   y el objeto de su cólera pasó de su madre a su  padrastro. Lo primero que pensaron, desde luego,  

Fue que él lo había escondido. Pero el señor  Cave negó categóricamente todo conocimiento   de su destino ofreciendo voluntariamente su  perjura declaración jurada sobre el asunto,   y finalmente llegó hasta el punto de acusar  primero a su mujer y después a su hijastro de  

Haberlo cogido con vistas a una venta privada. Y  así comenzó una discusión extremadamente enconada   y exaltada que terminó con la señora Cave en un  estado de nervios muy especial entre la histeria y   el frenesí, e hizo que el hijastro llegara por la  tarde con media hora de retraso al establecimiento  

De muebles. El señor Cave escapó a las  emociones de su mujer refugiándose en la tienda.  Por la noche se volvió a tratar el asunto con  menos pasión y un talante judicial bajo la   presidencia de la hijastra. La cena transcurrió de  forma lamentable y culminó con una escena penosa.  

El señor Cave cedió finalmente a una extrema  exasperación y salió por la puerta principal   dando un violento portazo. El resto de la familia,  después de hablar de él con la libertad que su   ausencia garantizaba, registró la casa desde el  desván al sótano esperando dar con el cristal. 

Al día siguiente se presentaron de nuevo los  dos clientes. Fueron recibidos por la señora   Cave casi llorando. Se enteraron de que  nadie podía imaginarse todo lo que había   tenido que aguantar a Cave en diversas etapas  de su matrimonial peregrinación… También les  

Informó embrolladamente de la desaparición.  El clérigo y el oriental se rieron por   dentro en silencio y dijeron que era de lo más  extraordinario. Y como la señora Cave parecía   dispuesta a contarles la historia completa de  su vida hicieron ademán de irse de la tienda,  

Por lo que la señora Cave, aferrándose todavía a  la esperanza, pidió la dirección del clérigo para,   en caso de sacar algo a Cave, poder comunicárselo.  La dirección fue entregada como era de esperar,   pero, al parecer, posteriormente se extravió.  La señora Cave no recuerda nada al respecto. 

Aquel día por la noche los Cave parecían haber  agotado todas sus emociones y el señor Cave,   que había estado fuera por la tarde, cenó  en un sombrío aislamiento que contrastaba   agradablemente con la apasionada controversia  de los días anteriores. Durante algún tiempo  

Las relaciones dentro de la familia  Cave estuvieron muy tensas, pero ni el   cristal ni el cliente volvieron a aparecer. Ahora bien, para no andarnos con rodeos,   tenemos que admitir que el señor Cave era un  embustero. Sabía perfectamente dónde estaba el  

Cristal. Se hallaba en las habitaciones del señor  Jacoby Wace, profesor ayudante de prácticas en el   hospital de Santa Catalina en la calle Westbourne.  Se encontraba sobre el aparador, parcialmente   cubierto por una tela de terciopelo negro y  junto a una licorera con whisky americano. Y fue  

Precisamente del señor Wace de quien se obtuvieron  los pormenores en los que se basa esta historia.   Cave lo había llevado al hospital escondido en  el saco de los perros marinos, y, una vez allí,   había presionado al joven investigador para que  se lo guardara. El señor Wace dudó un poco al  

Principio. Su relación con Cave era especial. Le  atraían los personajes raros, y más de una vez   había invitado al viejo a fumar y a beber en sus  habitaciones, animándole a desvelar sus opiniones,   bastante divertidas, sobre la vida en general  y sobre su esposa en particular. El señor Wace  

Había tenido que vérselas también con la señora  Cave en ocasiones en que el señor Cave no estaba   en casa para atenderle. Conocía las constantes  interferencias a las que Cave estaba sometido y,   habiendo sopesado la historia judicialmente,  decidió dar refugio al cristal. El señor Cave  

Prometió explicar las razones de su extraordinario  apego por el cristal de una manera más detallada   en una ocasión posterior, pero habló  claramente de ver visiones en él. Aquella   misma noche volvió a visitar al señor Wace. Contó una historia complicada. Dijo que el cristal  

Había llegado a su poder junto con otros restos en  la subasta de los efectos de otro comerciante de   antigüedades y, desconociendo cuál pudiera ser su  valor, le había puesto el precio de diez chelines.   Lo había tenido a ese precio durante algunos  meses y estaba pensando en reducir la cantidad  

Cuando hizo un descubrimiento extraordinario. En aquella época tenía muy mala salud —hay que   tener muy en cuenta que a lo largo de toda esta  experiencia su estado físico era de decaimiento—,   sufría una angustia considerable a causa  de la negligencia y hasta los verdaderos  

Malos tratos que recibía de su mujer y de sus  hijastros. Su mujer era vanidosa, extravagante,   insensible y cada vez más aficionada a beber  a solas; su hijastra era ruin y ambiciosa,   y su hijastro había concebido una violenta  antipatía hacia él y no perdía ocasión de  

Demostrársela. Las responsabilidades del negocio  le oprimían excesivamente y el señor Wace no cree   que estuviera completamente limpio de ocasionales  excesos en la bebida. Había comenzado la vida en   una posición acomodada, había recibido una buena  educación y padecía melancolía e insomnio que se   prolongaban durante semanas. Cuando sus  pensamientos se le hacían intolerables,  

Temeroso de molestar a su familia, abandonaba  el lecho conyugal deslizándose sin hacer ruido   y vagaba por la casa. Y hacia las tres  de la mañana, un día a finales de agosto,   la casualidad le llevó a la tienda. La sucia tiendecilla estaba sumida en  

Una negrura impenetrable salvo en un punto donde  percibió un insólito resplandor. Al acercarse,   descubrió que era el huevo de cristal que estaba  en el rincón del mostrador en dirección a la   ventana. Un fino rayo de luz penetraba por una  rendija en la persiana, incidía sobre el objeto  

Y parecía como si fuera a llenar todo su interior. Al señor Cave se le ocurrió que eso no concordaba   con las leyes de la óptica que había aprendido  en su juventud. Podía comprender que los rayos   fueran reflejados por el cristal hacia un foco  en su interior, pero esta difusión no casaba con  

Sus conocimientos de física. Se acercó más al  cristal, observando el interior y la superficie   con un transitorio renacimiento de la curiosidad  científica que en su juventud había decidido su   elección vocacional. Le sorprendió descubrir que  la luz no era constante, sino que oscilaba dentro  

De la sustancia del huevo como si aquel objeto  fuera una esfera hueca con algún vapor luminoso.   Al cambiar de sitio para conseguir puntos de  vista distintos, repentinamente notó que se   había interpuesto entre el rayo y el cristal,  y que a pesar de ello el cristal continuaba  

Luminoso. Profundamente asombrado, lo retiró de la  luz y lo llevó a la parte más oscura de la tienda.   Allí siguió brillando cuatro o cinco minutos, al  término de los cuales se oscureció lentamente y   se apagó. Lo expuso al fino haz de luz de día  y recobró la luminosidad casi al instante. 

Hasta aquí, por lo menos, el señor Wace pudo  comprobar la sorprendente historia del señor Cave.   Él mismo había tenido repetidas veces expuesto  el cristal a un rayo de luz —su diámetro tenía   que ser inferior a un milímetro. En completa  oscuridad, como la que puede proporcionar una  

Envoltura de terciopelo, el cristal presentaba  indudablemente una fosforescencia muy débil.   Parecía, no obstante, que la luminosidad era  de una clase excepcional, no visible a todos   por igual, pues al señor Harbinger —cuyo nombre  le resultará familiar al lector científico en   relación con el Instituto Pasteur— le fue  completamente imposible ver ninguna luz en  

Absoluto. La propia capacidad del señor Wace  para apreciarla era sin comparación inferior   a la del señor Cave. Incluso tratándose del señor  Cave, la capacidad variaba muy considerablemente:   su visión resultaba mucho más intensa durante  estados de debilidad y fatiga extremas. 

Pues bien, desde el comienzo, esta luz en el  cristal ejerció una fascinación irresistible sobre   el señor Cave. Que no contara sus observaciones  a ningún ser humano explica mejor la soledad   de su alma de lo que lo haría todo un volumen de  escritos patéticos. Parece haber estado viviendo  

En tal atmósfera de mezquinos resentimientos  que el admitir la existencia de un placer habría   significado el riesgo de perderlo. Observó que  a medida que avanzaba el amanecer y aumentaba la   cantidad de luz esparcida el cristal perdía toda  traza de luminosidad. Y durante algún tiempo fue  

Incapaz de ver nada dentro de él, excepto por  la noche, en rincones oscuros de la tienda.  Pero se le ocurrió utilizar una vieja pieza  de terciopelo negro que empleaba como fondo   para una colección de minerales y, doblándolo  y cubriéndose con él la cabeza y las manos,  

Pudo obtener una visión del movimiento luminoso en  el interior del cristal incluso a la luz del día.   Era muy cauteloso, no fuera a ser descubierto  en esa guisa por su esposa, y practicaba esta   ocupación sólo por las tardes, mientras ella  dormía en el piso de arriba, y aun entonces,  

De manera muy circunspecta en un hueco debajo del  mostrador. Y un día, dando vueltas al cristal en   las manos, vio algo. Apareció y desapareció como  un destello, pero le dio la impresión de que por   un instante el objeto le había mostrado la visión  de un país, ancho, extenso y extraño, y al girarlo  

De nuevo, precisamente cuando se debilitaba  la luz, volvió a contemplar la misma visión.  Está claro que resultaría tedioso e innecesario  relatar todas las fases del descubrimiento del   señor Cave desde ese momento. Baste  con decir que la conclusión fue ésta:  

Cuando se observaba el interior del cristal  formando éste un ángulo de 137 grados respecto   de la dirección del rayo luminoso, mostraba  una imagen clara y coherente de un paisaje   extenso y extraño. No se parecía en absoluto a  un sueño, daba una clara impresión de realidad,  

Y cuanto mejor era la luz, más real y sólida  parecía. Era una imagen en movimiento: es decir,   ciertos objetos se movían dentro de ella, pero de  forma lenta y ordenada como las cosas reales y,   según cambiaba la dirección de la iluminación y  de la visión, también cambiaba la imagen. Debió  

De haber sido, ciertamente, como contemplar una  vista a través de un cristal ovalado girándolo   para conseguir ver los diferentes detalles. El señor Wace me asegura que las declaraciones   del señor Cave eran extremadamente detalladas  y carecían por completo de cualquiera de los  

Aspectos emocionales que impregnan las impresiones  alucinadoras. Pero hay que recordar que todos los   esfuerzos del señor Wace para ver una claridad  similar en la desvaída opalescencia del cristal   fracasaron completamente por más que lo  intentó. La diferencia de intensidad en   las impresiones recibidas por los dos  hombres era muy grande, y puede que lo  

Que para el señor Cave era una visión para el  señor Wace fuera una mera nebulosidad difusa.  La visión, tal como la describía el señor Cave,  era invariablemente la de una extensa llanura,   y parecía que siempre la contemplaba desde una  altura considerable, como desde una torre o un  

Mástil. Al este y al oeste la llanura estaba  flanqueada a una distancia remota por vastos   acantilados rojizos que le recordaban a los que  había visto en un cuadro, pero el señor Wace no   pudo determinar de qué cuadro se trataba. Estos  acantilados iban de norte a sur —sabía los puntos  

Cardinales por las estrellas que eran visibles  por la noche—, alejándose en una perspectiva casi   ilimitada y desdibujándose en las nieblas de la  distancia antes de encontrarse. En el momento de   su primera visión él estaba más cerca del macizo  de acantilados orientales, el sol se elevaba sobre  

Ellos y, negras contra la luz del sol y pálidas  contra su sombra, aparecieron muchas formas   volantes que el señor Cave tomó por pájaros. Una  vasta hilera de edificios se extendía por debajo,   de forma que él parecía estar mirándolos desde  arriba, y, a medida que se acercaban al extremo  

Borroso y refractado de la imagen se tornaban  indistintos. También había árboles con formas   curiosas y, en cuanto a color, era de un verde  profundo como de musgo y de un gris exquisito,   junto a un canal ancho y reluciente. Y algo  grande, de colores brillantes, cruzó la imagen  

Volando. Pero la primera vez que el señor Cave  vio estas imágenes, lo hizo sólo en destellos,   las manos le temblaban, la cabeza se le movía,  la visión aparecía y desaparecía y se tornaba   nebulosa y poco nítida. Al principio tuvo  las mayores dificultades para volver a  

Recuperar la imagen una vez perdida su dirección. La siguiente visión clara, que se le presentó una   semana más o menos después que la primera —en el  intervalo no había cosechado más que tentadores   vislumbres y alguna experiencia útil—, le mostró  el valle en toda su longitud. La visión era  

Diferente, pero tuvo la curiosa convicción,  confirmada repetidamente por subsiguientes   observaciones, de que estaba contemplando ese  extraño mundo exactamente desde el mismo sitio,   aunque mirando en una dirección diferente. La  larga fachada del gran edificio cuyo tejado   había mirado antes desde arriba ahora se alejaba  en la perspectiva. Reconoció el tejado. En la  

Parte delantera de la fachada había una terraza  de masivas proporciones y extraordinaria longitud,   y en medio de la terraza, a ciertos intervalos,  se erguían mástiles enormes, pero muy gráciles   sosteniendo pequeños objetos brillantes que  reflejaban la puesta de sol. La importancia de  

Estos pequeños objetos no se le ocurrió al señor  Cave hasta algún tiempo después, cuando describía   la escena al señor Wace. La terraza sobresalía por  encima de un seto de la vegetación más exuberante   y grácil, más allá había un amplio y herboso  césped sobre el que reposaban ciertas criaturas  

Anchas, de forma parecida a la de los escarabajos,  pero muchísimo más grandes. Más allá todavía había   una calzada de piedra rosácea ricamente decorada,  y más allá, subiendo valle arriba en exacto   paralelo con los remotos acantilados, bordeada de  una densa maleza de color rojo, había una ancha  

Extensión de agua parecida a un espejo. El aire  parecía rebosar de escuadrillas de grandes pájaros   que se deslizaban en curvas majestuosas, y al otro  lado del río había una multitud de espléndidos   edificios de muchos colores que relucían con  sus tracerías y múltiples caras metálicas en  

Medio de un bosque de árboles parecidos al musgo  y al liquen. Y de repente algo cruzó la visión   aleteando repetidamente como el ondear de un  enjoyado abanico o el batir de un ala; un rostro   o más bien la parte superior de un rostro con unos  ojos muy grandes apareció, por decirlo así, muy  

Cerca de la suya propia, y como si estuviera al  otro lado del cristal. Al señor Cave la absoluta   realidad de estos ojos le dejó tan atónito e  impresionado que retiró la cabeza del cristal para   mirar por detrás. Se había quedado tan absorto  observando que le sorprendió mucho encontrarse  

En la fría oscuridad de su pequeña tienda con los  familiares olores a metílico, humedad y podrido.   Y mientras miraba pestañeando a su alrededor, el  resplandeciente cristal se oscureció y se apagó.  Tales fueron las primeras impresiones generales  del señor Cave. La historia es curiosamente  

Directa y detallada. Desde el comienzo, cuando  el valle destelló por primera vez momentáneamente   sobre sus sentidos, su imaginación quedó  extrañamente afectada, y, a medida que empezaba   a apreciar los detalles de la escena que veía, su  asombro se convertía en pasión. Atendía su negocio  

Apático y destrozado, pensando sólo en el momento  en que podría volver a su observación. Entonces,   unas semanas después de su visión del valle,  llegaron los dos clientes, la tensión y excitación   de su oferta, y el cristal que se libra de  la venta por los pelos como ya he contado. 

Ahora bien, mientras aquello constituyó el secreto  del señor Cave siguió siendo una pura maravilla,   algo a lo que se va sigilosamente para observar a  hurtadillas, como un niño podría mirar un jardín   prohibido. Pero el señor Wace posee unos hábitos  mentales especialmente lúcidos y consecuentes para  

Un joven investigador científico. Tan pronto  como el cristal y la historia llegaron hasta   él y se convenció, al ver la fosforescencia con  sus propios ojos, de que las declaraciones del   señor Cave disponían realmente de ciertas pruebas  procedió a desarrollar el asunto sistemáticamente.  

El señor Cave estaba más que deseoso de regalarse  la vista con el maravilloso mundo que veía,   y acudía todas las noches desde las ocho  y media hasta las diez y media, y a veces,   en ausencia del señor Wace, durante el día.  También iba las tardes de los domingos. El  

Señor Wace tomó abundantes notas desde el  principio, y gracias a su método científico   se demostró la relación entre la dirección por  la que el rayo inicial entraba en el cristal   y la orientación de la imagen. Y metiendo el  cristal en una caja perforada únicamente con  

Una pequeña abertura para permitir el acceso del  rayo excitador, y sustituyendo las cortinas color   beige por otras de holanda negra mejoró muchísimo  las condiciones de las observaciones, de forma que   en poco tiempo fueron capaces de examinar el valle  en cualquiera de las direcciones que querían. 

Una vez despejado el camino, podemos dar una breve  explicación de este mundo visionario del interior   del cristal. El que veía las cosas era siempre  el señor Cave, y el método de trabajo consistía   invariablemente en que él observaba el cristal e  informaba de lo que veía, mientras el señor Wace,  

Que como estudiante de ciencias había aprendido  el truco de escribir a oscuras, redactaba una   breve nota de su informe. Cuando el cristal se  oscurecía, lo colocaban en su caja en la posición   adecuada y daban la luz eléctrica. El señor Wace  hacía preguntas y sugería observaciones para  

Aclarar puntos difíciles. Nada, verdaderamente,  podía haber sido menos visionario y más práctico.  La atención del señor Cave se vio rápidamente  dirigida hacia las criaturas parecidas a pájaros   que tanto abundaban en sus primeras visiones.  Pronto corrigió su primera impresión y durante   algún tiempo consideró que podían representar  una especie diurna de murciélagos. Después pensó,  

De forma bastante grotesca, que podían ser  querubines. Sus cabezas eran redondas y   curiosamente humanas, y fueron los ojos de uno  de ellos los que le habían asustado tanto en la   segunda observación. Tenían anchas alas plateadas,  sin plumas, pero que resplandecían casi con el  

Mismo brillo que los peces recién pescados y con  el mismo sutil juego de colores, y estas alas,   según supo el señor Wace, no estaban hechas a la  manera de las alas de pájaros o murciélagos, sino   soportadas por costillas curvas que irradiaban  del cuerpo —una especie de ala de mariposa con  

Costillas curvas parece lo mejor para indicar su  aspecto. El cuerpo era pequeño, pero dotado de dos   manojos de órganos prensiles, semejantes a largos  tentáculos, inmediatamente debajo de la boca. Por   increíble que le pudiera parecer al señor Wace,  al final tuvo el convencimiento de que estas  

Criaturas eran las propietarias de los grandes  edificios cuasi-humanos y del magnífico jardín que   daba tanto esplendor al ancho valle. Y el señor  Cave percibió que, entre otras peculiaridades, los   edificios no tenían puertas, sino que las grandes  ventanas circulares que se abrían libremente eran  

Las que servían de entrada y salida a las  criaturas. Se posaban sobre los tentáculos,   plegaban las alas reduciéndolas casi al tamaño de  un bastón y, saltando, entraban en el interior.   Pero entre ellas había una multitud de criaturas  de alas más pequeñas, como de grandes libélulas,  

Polillas y escarabajos voladores, y por el césped  se arrastraban perezosamente de un lado para otro   gigantescos escarabajos de tierra de brillantes  colores. Además, en las calzadas y terrazas   se veían unas criaturas de grandes cabezas  similares a las de las moscas aladas más grandes,  

Pero sin alas, muy ocupadas saltando sobre  su manojo de tentáculos en forma de mano.  Se ha aludido ya a los relucientes objetos  sobre los mástiles que se erguían sobre la   terraza del edificio más próximo. Después de  observar uno de estos mástiles minuciosamente  

En un día especialmente claro, al señor Cave  se le ocurrió que el objeto reluciente allí   situado era un cristal exactamente igual al  que estaba mirando. Y una inspección aún más   meticulosa le convenció de que cada uno de ellos,  unos veinte en conjunto, tenía un objeto similar. 

De vez en cuando una de las grandes criaturas  voladoras revoloteaba hasta uno de ellos, y,   plegando las alas y enroscando algunos tentáculos  alrededor del mástil, miraban fijamente el cristal   durante un rato, a veces hasta un cuarto de hora.  Una serie de observaciones hechas a sugerencia del  

Señor Wace convencieron a ambos observadores de  que, por lo que a este mundo visionario concernía,   el cristal cuyo interior ellos miraban estaba  en realidad en la punta del último mástil de la   terraza, y que al menos en una ocasión uno de esos  habitantes del otro mundo había mirado al señor  

Cave a la cara mientras hacía estas observaciones. Y éstos son los hechos esenciales de esta historia   singularísima. A menos que lo rechacemos todo  como una ingeniosa invención del señor Wace,   tenemos que admitir una de las dos alternativas:  o bien que el cristal del señor Cave se encontraba  

En dos mundos a la vez, y que mientras en  uno se le llevaba de acá para allá en el   otro permanecía estacionario, lo que parece  completamente absurdo, o bien que tenía una   especial relación de simpatía con otro cristal  exactamente igual en ese otro mundo, de forma  

Que lo que se veía en el interior de uno en este  mundo era, en las condiciones adecuadas, visible   para el observador del cristal correspondiente del  otro mundo, y viceversa. De momento, desde luego,   no conocemos ninguna forma en la que dos cristales  pudieran entrar en comunicación, pero hoy día  

Sabemos lo suficiente como para comprender  que la cosa no es completamente imposible.   Esta teoría de los cristales en comunicación fue  la suposición que se le ocurrió al señor Wace, y   al menos a mí, me parece extremadamente plausible… ¿Y dónde estaba ese otro mundo? Sobre esto también  

La despierta inteligencia del señor Wace arrojó  luz rápidamente. Después de ponerse el sol el   cielo se oscurecía muy deprisa —el crepúsculo no  constituía realmente más que un breve intervalo—   y las estrellas se ponían a brillar. Eran  evidentemente las mismas que vemos nosotros,  

Formando las mismas constelaciones. El señor Cave  reconoció la Osa, las Pléyades, Aldebaran y Sirio,   de modo que el otro mundo debía de encontrarse  en algún lugar del sistema solar y, como máximo,   sólo a unos cientos de millones de millas del  nuestro. Siguiendo esta pista, el señor Wace  

Averiguó que el cielo de medianoche era de un  azul más oscuro incluso que el de nuestro cielo   a mitad del invierno, y que el Sol parecía un  poco más pequeño. ¡Y había dos lunas pequeñas;   como la nuestra, pero más pequeñas y con marcas  muy diferentes, una de las cuales se movía tan  

Deprisa que su movimiento resultaba claramente  visible al mirarla. Estas lunas nunca estaban   altas en el cielo, sino que se ponían cuando  se elevaban: es decir, cada vez que daban   vuelta se eclipsaban por estar tan cerca  de su planeta primario. Todo esto responde  

Completamente, aunque el señor Cave no lo supiera,  a las condiciones que deben de darse en Marte.  Desde luego, parece una conclusión muy plausible  que al observar el interior del cristal lo que el   señor Cave en realidad veía era el planeta Marte y  sus habitantes. Si ése fuera el caso, entonces la  

Estrella vespertina que relucía con tanto brillo  en el cielo de aquella distante visión no era ni   más ni menos que nuestra familiar Tierra. Durante algún tiempo los marcianos —si es   que eran marcianos— no parecieron haberse  percatado de la inspección del señor Cave.  

Una o dos veces alguno vino a mirar y marchó al  poco a otro mástil, como si la visión no fuera   satisfactoria. En ese periodo el señor Cave pudo  vigilar los procedimientos de este pueblo alado   sin ser molestado por sus atenciones y, aunque  su informe es necesariamente vago y fragmentario,  

Resulta, a pesar de todo, muy sugestivo.  Imaginad la impresión que tendría de la   humanidad un observador marciano que, después de  un difícil proceso de preparación y con los ojos   considerablemente fatigados, pudiera ver Londres  desde el chapitel de la iglesia de San Martín a  

Intervalos, como máximo, de cuatro minutos cada  uno. El señor Cave no pudo cerciorarse de si los   marcianos alados eran los mismos que los marcianos  que saltaban por las calzadas y las terrazas,   y si los últimos podían ponerse las alas a  voluntad. Vio varias veces unos bípedos torpes,  

Que recordaban vagamente a monos, blancos  y parcialmente translúcidos, alimentándose   entre algunos de los árboles de liquen, y, una  vez, algunos de ellos huían delante de uno de   los marcianos saltarines de cabeza redonda. Este  último cogió a uno con sus tentáculos y luego la  

Imagen se desvaneció de repente dejando al señor  Cave absolutamente intrigado en la oscuridad. En   otra ocasión, una cosa enorme, que el señor Cave  al principio tomó por un insecto gigantesco,   apareció avanzando por la calzada junto al  canal con rapidez extraordinaria. A medida  

Que se acercaba más, el señor Cave percibió  que era un mecanismo de metales relucientes   y sorprendente complejidad. Y luego, cuando  volvió a mirar, había desaparecido de la vista.  Pasado algún tiempo, el señor Wace pretendió  atraer la atención de los marcianos,  

Y la siguiente vez que los extraños ojos de uno  de ellos aparecieron pegados al cristal, el señor   Cave gritó y saltó, dieron la luz inmediatamente  y empezaron a gesticular como haciendo señales.   Pero cuando finalmente el señor Cave examinó de  nuevo el cristal, el marciano se había marchado. 

Hasta aquí habían avanzado las observaciones a  principios del mes de noviembre, y entonces el   señor Cave, con la sensación de que las sospechas  de la familia sobre el cristal se habían disipado,   empezó a llevárselo de acá para allá con el  fin de poder disfrutar, surgiera la ocasión de  

Noche o de día, de lo que rápidamente se estaba  convirtiendo en lo más real de su existencia.  En diciembre, el señor Wace tuvo mucho trabajo  a causa de un examen que se aproximaba,   suspendieron de mala gana las sesiones durante una  semana, y en diez u once días —no está muy seguro  

De cuántos— no vio a Cave. Entonces, ansioso  por reanudar las investigaciones, y habiendo   amainado la tensión de sus trabajos trimestrales,  bajó hasta los Siete Cuadrantes. En la esquina   observó la contraventana ante el escaparate de  un pajarero, y luego otra en el escaparate de un  

Zapatero. La tienda del señor Cave estaba cerrada. Llamó y le abrió la puerta el hijastro vestido   de negro. Éste llamó de inmediato a la señora  Cave que, como el señor Wace no pudo por menos   de observar, llevaba ropas de luto, baratas,  pero amplias y de lo más imponente. Sin gran  

Sorpresa por su parte, el señor Wace supo que  Cave había muerto y estaba ya enterrado. Ella   lloraba y tenía la voz un poco ronca. Acababa  de llegar de Highgate. Parecía tener la mente   ocupada con sus propios planes y los honorables  detalles de las exequias, pero el señor Wace  

Pudo finalmente conocer los pormenores de la  muerte de Cave. Le habían encontrado muerto   en la tienda por la mañana temprano al día  siguiente de su última visita al señor Wace,   apretando el cristal entre sus frías manos. Tenía  la cara sonriente, según dijo la señora Cave,  

Y el paño de terciopelo de los minerales  yacía a sus pies en el suelo. Debía de llevar   cinco o seis horas muerto cuando lo encontraron. Esto supuso una gran conmoción para el señor Wace,   que empezó a reprocharse amargamente por no haber  atendido los claros síntomas de la mala salud del  

Viejo. Pero lo que más le preocupaba era el  cristal. Abordó el tema con cuidado porque   conocía las peculiaridades de la señora Cave. Se  quedó de una pieza al saber que lo habían vendido.  El primer impulso de la señora Cave tan pronto  como el cuerpo de Cave estuvo en el piso de  

Arriba, había sido el de escribir al loco clérigo  que había ofrecido cinco libras por el cristal,   informándole de su recuperación, pero tras una  violenta búsqueda en la que se le unió su hija se   convencieron de que habían perdido la dirección.  Como no disponían de los medios necesarios para  

Llorar y enterrar a Cave con el esmerado estilo  que exige la dignidad de un antiguo habitante   de los Siete Cuadrantes, habían apelado a un  anticuario amigo de la calle Great Portland,   quien amablemente se había hecho cargo de parte de  las mercancías a precio de tasación. La tasación  

La había hecho él mismo y el huevo de cristal  estaba incluido en uno de los lotes. El señor   Wace, después de las condolencias pertinentes,  expresadas, quizá, un poco bruscamente,   marchó de inmediato y apresuradamente a la  calle Great Portland. Pero allí se enteró de  

Que el huevo de cristal ya había sido vendido  a un hombre alto y moreno, vestido de gris. Y   ahí terminan súbitamente los hechos materiales  de esta historia curiosa y, al menos para mí,   muy sugestiva. El anticuario de la calle Great  Portland no sabía quién era el hombre alto vestido  

De gris, ni lo había observado con la suficiente  atención como para describirlo minuciosamente.   Ni siquiera sabía qué dirección había tomado al  salir de la tienda. Durante un tiempo el señor   Wace permaneció en la tienda poniendo a prueba la  paciencia del anticuario con inútiles preguntas,  

Desahogando su propia exasperación. Por  fin, dándose cuenta repentinamente de que   todo el asunto se le había ido de las manos,  había desaparecido como una visión nocturna,   volvió a sus habitaciones un poco asombrado de  encontrar las notas que había escrito todavía  

Tangibles y visibles sobre su desordenada mesa. Naturalmente, su disgusto y decepción fueron muy   grandes. Hizo una segunda visita (igualmente  infructuosa) al anticuario de la calle Great   Portland y recurrió a anuncios en aquellos  periódicos que probablemente caerían en las   manos de coleccionistas de chucherías. También  escribió cartas a The Daily Chronicle y a Nature,  

Pero ambos periódicos, sospechando una broma,  le pidieron que reconsiderara su acción antes   de imprimir, aconsejándole que una historia tan  extraña, por desgracia tan desprovista de pruebas   que la apoyaran, podría poner en peligro  su reputación de investigador. Además, las  

Obligaciones de su propio trabajo le urgían. Así  que después de un mes más o menos, salvo por algún   ocasional recordatorio a ciertos anticuarios, tuvo  que abandonar de mala gana la búsqueda del huevo   de cristal que, desde ese día hasta hoy, sigue sin  ser descubierto. De vez en cuando, sin embargo,  

Según me dice y yo le creo absolutamente, le  dan arrebatos de celo en los que abandona las   ocupaciones más urgentes y reanuda la búsqueda. Si permanecerá o no perdido para siempre con su   material y su procedencia son todo conjeturas  por el momento. Si el actual comprador es un  

Coleccionista era de esperar que las indagaciones  del señor Wace llegaran a sus oídos a través de   los anticuarios. Ha conseguido descubrir  al clérigo y al oriental del señor Cave,   que no eran otros que el reverendo James Parker y  el joven príncipe de Bossokuni, en Java. Les estoy  

Muy agradecido por ciertos detalles. Los motivos  del príncipe eran simplemente la curiosidad… y   extravagancia. Estaba tan empeñado en comprar  porque Cave se resistía de forma tan extraña   a vender. También es posible que el comprador en  la segunda ocasión fuera simplemente un comprador  

Casual y no un coleccionista en absoluto, y el  huevo de cristal puede que se encuentre en estos   momentos, vaya usted a saber, a una milla de aquí,  decorando un salón o sirviendo de pisapapeles   con sus extraordinarias propiedades completamente  desconocidas. Desde luego que es en parte la idea  

De tal posibilidad la que me ha llevado a narrar  la historia de una forma que le dé la oportunidad   de llegar a lectores habituales de ficción. Mis ideas sobre este asunto son prácticamente   idénticas a las del señor Wace. Creo  que el cristal en el mástil en Marte  

Y el huevo de cristal del señor Cave están  en algún tipo —por el momento completamente   inexplicable— de comunicación física, y los  dos pensamos también que el cristal terrestre   debe de haber sido enviado aquí desde ese  planeta, posiblemente en fecha remota,   para proporcionar a los marcianos una visión  próxima de nuestros asuntos. Posiblemente los  

Compañeros de los cristales que están en los  otros mástiles también se encuentran en nuestro   planeta. Ninguna teoría de la alucinación  es suficiente para explicar los hechos. Gracias por haber compartido este momento  de lectura en «La Voz que te Cuenta». Si   quieres expresar tu opinión o mostrar  algún punto de vista lo puedes hacer  

En los comentarios del vídeo. Y también  te invito a que si has pasado un momento   agradable y quieres escuchar más  relatos, te suscribas al canal.

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